Como es sabido por todos, el cultivo del espárrago puede durar de 8 a 10 años, y al ser un producto que la humanidad ha consumido por cientos de años, su cultivo moderno, es el resultado de miles de experimentos de prueba y error, investigación científica y tradicional llevada a cabo por los mismos agricultores en sus campos durante generaciones.
Uno de los retos más importantes a los que nos enfrentamos al cultivar este producto, es combatir a los fitopatógenos; es decir, hongos y bacterias que atacan antes, durante y después de la cosecha.
Los fitopatógenos pueden representar un aumento en los costos de producción y pérdidas económicas y biológicas.
Un mismo hongo fitopatógeno puede infectar a varias plantas, viajando en modo de esporas entre una y otra, llegando a infectar grandes áreas de cultivo en poco tiempo. Por lo general, el hongo pasa la mayor parte de su ciclo de vida como parásito en la planta que le sirve de huésped y el resto como saprófito en los residuos vegetales que quedan en el suelo.
Es común que el fitopatógeno se reproduzca en la superficie de la planta huésped, o muy cerca de ella, y se disuelva fácilmente como espora. Hay dos clases de ataques: el local, que se desarrolla sólo en una parte de la planta; y el general, que la daña por completo. Un ataque local se puede desencadenar en uno general.
Los principales daños por fitopatógenos son la necrosis; es decir, la muerte del tejido que infectan; la atrofia de toda o parte de la planta, y la hipertrofia, que es cuando la planta crece de más.
También es común que se infecten la raíz, el sistema vascular de la planta, y la generación de un tono amarillo.
Algunos signos necróticos son manchas foliares, la putrefacción de la raíz y la aparición del hongo tizón; mientras que la hipertrofia se puede reconocer por agallas de las raíces, verrugas o tumores. Todos estos síntomas pueden atrofiar o disminuir la vitalidad de la planta.
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Ing. Pedro Moreno Bustamante.
